La tristeza no viene sola: la asisten el cansancio, la
rutina, la nostalgia.
La tristeza y la memoria se alían. La tristeza y el olvido,
también.
Es un polvo que nos cae en el rostro, que ciega los espejos,
que sepulta las señales en el borde de los caminos.
Solo un huracán nos salva de ella, cuando ponemos la cara al
viento para que se la lleve lejos.